La Fábula del Pato Karateka y la Tortuga Ninja (Pero No Esas Famosas)
En un tranquilo estanque vivían dos amigos muy peculiares: Patón, un pato con delirios de grandeza, y Tortuga Timoteo, el ser más lento y despreocupado del planeta.
Patón estaba obsesionado con las películas de artes marciales. Cada mañana practicaba frente al agua, lanzando patadas y gritos que asustaban a las ranas.
—¡HIIIIYAAAA! ¡EL PUÑO DEL DRAGÓN! 🦆💥
Timoteo bostezaba.
—Amigo, no eres un dragón… eres un pato.
Pero Patón no se rendía. Soñaba con ser el guerrero más temido del estanque y demostrar que los patos eran más que simples criaturas que flotaban con cara de sospecha.
Un día, una pandilla de gansos malencarados llegó al estanque. Eran grandes, rudos y caminaban como si fueran dueños del lugar.
—Este charco ahora es nuestro —dijo el líder ganso, llamado Don Cuacencio—. Y si no les gusta… ¡se pueden ir nadando!
Patón vio su momento de brillar.
—¡No permitiré esta injusticia! ¡Voy a defender nuestro hogar con mi Kung-Fu del Pato de Hierro!
Todos los animales del estanque se quedaron en silencio.
—¿El qué? —susurró un sapo.
Sin escuchar, Patón saltó con una patada giratoria en el aire… y cayó de espaldas como tabla.
—Ay… mi ala… —gimió desde el suelo.
Los gansos se empezaron a reír a carcajadas. Timoteo, viendo la humillación de su amigo, decidió actuar.
Con su legendaria calma, caminó lentamente hacia un ganso, le dio un golpecito en el pie con su caparazón…
Y el ganso tropezó, causando un efecto dominó que tumbó a toda la pandilla.
Todos se quedaron boquiabiertos.
—¡Timoteo es un maestro en el antiguo arte del Tortuga-Do! —gritó una rana.
Patón, aún en el suelo, levantó la cabeza.
—¡Exacto! ¡Sabía que tenía un maestro oculto entre nosotros!
Timoteo suspiró.
Los gansos, cubiertos de barro y con la dignidad destrozada, se alejaron en cámara lenta, con una música triste de fondo (que nadie escuchaba, pero todos sentían en el alma).
Don Cuacencio miró al horizonte y murmuró:
—Hemos sido derrotados… por… ¿una tortuga?
Uno de los gansos, llorando, le puso una ala en el hombro.
—Vamos, jefe… algún día volveremos…
Y así, con la última pizca de honor que les quedaba, se marcharon hacia un destino incierto, posiblemente a terapia.
Desde ese día, el estanque vivió en paz. Patón siguió practicando sus patadas (pero más lejos de la orilla), y Timoteo se convirtió en leyenda sin haberlo pedido.
Moraleja: A veces el que más ruido hace no es el que gana… pero sí el que más memes genera.
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