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Cuando el GPS decidió arruinar mi vida (y mi paciencia)

 


Cuando el GPS decidió arruinar mi vida (y mi paciencia)

Todo comenzó con un simple favor. Mi amigo Toño me pidió que lo llevara al aeropuerto porque su vuelo salía temprano. Como soy una persona increíblemente generosa (y porque me prometió tacos después), acepté. Lo que no sabía era que esa mañana sería una prueba de resistencia emocional digna de un reality show con eliminación en vivo.

Primero, el despertador decidió boicotear mi vida y sonó cuando ya iba tarde. Salté de la cama con la energía de un zombi con lumbago, me vestí en 2.3 segundos y salí a la calle sin desayunar, confiando en que el aire fresco me despertaría. Spoiler: solo me dio más hambre y mal humor.

Para evitar el tráfico, confié ciegamente en el GPS, que claramente fue programado por mi peor enemigo. A los cinco minutos, ya estaba en una colonia donde el pavimento es solo un mito urbano. En un bache tan profundo que creí haber encontrado la entrada al centro de la Tierra, el coche dio un brinco épico. Toño gritó como si nos hubieran secuestrado, yo sentí que mis órganos cambiaron de lugar y la suspensión del coche hizo un ruido que traducido significaba: “No me pagas lo suficiente para esto”.

Pero lo peor estaba por venir. El GPS, con su voz de inteligencia artificial psicópata, me dijo: “Gire a la derecha”. Yo, que confío más en la tecnología que en mis propias decisiones de vida, obedecí sin dudar… directo a una calle sin salida. Era tan estrecha que ni para un tutorial de estacionamiento en TikTok servía.

Toño ya tenía los ojos desorbitados. Intenté hacer maniobras dignas de un conductor de Fast & Furious, pero mi realidad era más Fast & Furiosos con un Coche Viejo y un Chofer en Pánico. Después de tres intentos fallidos de reversa, dos insultos al GPS y un grito de Toño que asustó a un perro callejero, logramos salir.

Íbamos con el tiempo contado, mi corazón latiendo como en una prueba de presión alta, y Toño sudando como testigo falso. Cuando finalmente llegamos al aeropuerto, Toño salió disparado del coche, corriendo como si estuviera escapando de Hacienda.

Me quedé en el estacionamiento, con la mirada perdida, preguntándome en qué momento de mi vida decidí confiar en la inteligencia artificial. Justo cuando estaba recuperando el aliento, me llegó un mensaje de Toño:

"¡Gracias, llegué justo! PD: No hay tacos, se me olvidó la cartera. 😬”

Lloré. Lloré fuerte.

Me recliné en el asiento, viendo la nada. En ese instante, el GPS, como si fuera el villano de mi historia, habló de nuevo:

“Redirigiendo…”

Le grité. Le grité con todo mi ser. Un señor que pasaba con su café me vio con lástima y aceleró el paso.

Encendí el coche, suspiré y me fui directo a la taquería. Aunque fuera sin Toño, aunque fuera solo con mi dignidad destrozada… esos tacos no los perdonaba.

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