Diógenes buscando un hombre honesto con la lámpara de la verdad.
En pleno día, bajo el sol abrasador de Atenas, Diógenes de Sinope caminaba por las calles del Ágora con una lámpara encendida. Los atenienses, que ya estaban acostumbrados a sus rarezas, lo observaban con curiosidad.
—¿Diógenes, qué haces con esa lámpara a plena luz del día? —preguntó un hombre, tratando de contener la risa.
El filósofo, con su clásica expresión de desdén, alzó la lámpara y respondió:
—¡Estoy buscando a un hombre honesto!
Los presentes soltaron carcajadas, pero Diógenes, como siempre, los ignoró y siguió su camino, inspeccionando los rostros con una mirada crítica.
De repente, se topó con un acaudalado comerciante que, al verlo, intentó presumir su fortuna.
—Diógenes, dime, ¿qué puedo hacer por ti? —preguntó el hombre con superioridad.
Diógenes lo miró de arriba abajo, suspiró y respondió:
—Podrías apartarte… ¡me estás tapando el sol!
El comerciante quedó boquiabierto mientras los transeúntes estallaban en carcajadas.
Así era Diógenes: sin filtros, sin poses, y sin el menor interés por los egos inflados. Su lámpara seguiría encendida, pero la búsqueda de un hombre honesto, bueno… esa era una misión imposible. Qué ocurrente, después de tantos años, todavía estaría buscándolo.
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